2 de agosto de 2013

Fragmentos: hoy

Lo quiero con azúcar

Caminaba por ahí, abrazando pliegues y soledades, con los ojos mirando al oscuro cuando de repente me encuentro sentado en un banquito, gris, gris como el gris ideal, el gris que equilibra la balanza. La habitación era cúbica y gris, gris azulado, la sensación de des-saturación era perfectamente irreal, pero aún así me sentí como tortuga vieja en aguas cálidas ya transitadas. A mi izquierda una puerta, marrón, gris marrón, gris madera barata. Procedo a mirar el piso, gris azul y al levantar la cabeza veo a una señora, consideré que ella necesitaba una responsabilidad cual esclavo gris se prepara para la orden de su Satán:
-Quiero te.
Veo como la anciana se va por la puerta y al rato me trae el te. Miro la taza, era te común, tomo un sorbo y me invade la repugnancia. Era edulcorante. Violentamente levanto la cabeza y la mujer ya no estaba.
-Detesto el edulcorante, ¡lo quiero con azúcar!
Mi cansancio ya se transmutaba en tedio histérico, pero ya era otro día.
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De repente me encuentro parado en la habitación, la misma que ayer, pero ahora sentado en el banquito gris están Débil y Lucidez. Débil lleva puesta una túnica bordó, con una guarda amarilla al estilo Maya, Lucidez estaba como siempre. Miro al piso unos segundos y cuando vuelvo a componer el cuadro anterior, aparece la vieja al lado de Lucidez y este procede:
-Quiero un te por favor.
-No, no pidas te, tiene edulcorante -regaño con toda razón-.
La vieja se va por la puerta gris marrón barata.
-¡No se porqué pediste te, no tiene azúcar!
Mi tedio se violentaba y la vieja aparece con dos tazones de gelatina roja: uno para L y otro para D.
-Eso no es te, es gelatina –afirmo-.
-Esto no es gelatina, no tiene consistencia de gelatina -dice L al mecer el tazón y observar el movimiento plasmático de la gelatina-.
Mientras D tomaba la gelatina, yo me olvidaba de la realidad para seguir la otra rutina.
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Mientras el cuerpo no sabe de su debilidad, la mente lo prevé, pero la rutina sigue en las dos realidades. Ahora me encuentro entre ambas: veo viejas gelatinas, tortugas en las universidades y tes en los gimnasios. Y me irrita vivir con la molestia de saber que la vida es un gris que no pretende ningún oscilamiento binario; que todo está colmado de banquitos y cubos, cubos uno al lado del otro, arriba del otro, abajo del otro, adentro del otro. Que dentro de los cubos estoy yo, también hay algún L y algún D, muchos A, E, M, C y N y el resto del abecedario, repetido tantas veces que ningún finito podría contabilizar. Y sobre todo, estos mundos me molestan de forma indivisible porque te aíslan de la esencia, generan al burgués de rutina, des-saturan hombres caligráficos y dan te con edulcorante mientras yo lo quiero con azúcar.
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Lo quiero con azúcar

Mi mente es un hexaedro regular, formal y perfecto, ni una arista despintada. Su color es gris uniforme, no hace la guerra ni la paz.

Mi hexaedro tiene a una anciana ideal, no habla y sirve te. Es silenciosa y fantasmal, delicada como una abuela.

Mi te tiene edulcorante, no se porqué mi te no tiene azúcar. El edulcorante quiere imitar un dulzor simétrico, pero no es azúcar.

Mi edulcorante es insípido, como mi te.

Mi te es pobre, al igual que mi hexaedro.

Mi hexaedro es poco creativo, por ser mi mente.


Mi mente es una rutina, parecida al infinito.